Jugar es el modo en el que conocemos el mundo desde que nacemos.
Jugar es el lenguaje universal a través del cual podemos comunicarnos sin palabras.
Jugar es el espacio y el tiempo no dirigido en el que podemos ser Otros.
Jugar es reirnos hasta que nos duela la panza.
Jugar es el desarrollo del potencial creativo, imaginativo y artístico.
Jugar es el protagonismo positivo en situaciones adversas.
Jugar es darle lugar a la imaginación y recrearla en un diálogo entre distintas generaciones.
Jugar es el reconocimiento de lo vital en la quietud.
Jugar es el momento en el que atravesamos fronteras sin importar donde estemos físicamente.
Jugar es el Derecho que todas las personas tenemos a lo largo de nuestra vida.
Jugar es la
apertura de posibilidades expresivas integradoras y transformadoras de
vínculos afectivos, inteligencias múltiples y creatividad a partir de
las cuales emergen distintas combinaciones para construir por ejemplo,
objetos lúdicos.
¿JUGAR? Si, por todas las razones expuestas y más.
Porque a medida que crecemos vamos perdiendo la capacidad lúdica en el
intercambio de las obligaciones para vivir como adultos y eso nos quita
espontaneidad, flexibilidad, identidad, diálogo entre generaciones,
capacidad de adaptación. Jugar no es entretenerse, es un Derecho y un
hábito de vida, es conseguir una disponibilidad lúdica que nos
posibilita ir más allá, tomar riesgos y aprender reglas para medir
consecuencias.
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